Conforme avanzaba, la imagen de Angélica le atormentaba mas, recorría sin orden los años junto a ella, trataba de armar los recuerdos inconclusos, juntar los pedazos de razón que le quedaban y reconstruir su rostro, su aroma, la sensación de su piel, a estas alturas ya no era capas de discernir si los fragmentos eran reales o los había inventado, una y otra ves repetía su nombre, malgastaba las pocas fuerzas que le quedaban gritándolo, ¡Angelica, Angelicaa!, y ya solo un sonido mas parecido a un gruñido animal que a una voz humana acompañaban esas palabras.
Luchaba por mantener los ojos abiertos, no podía creerlo, sencillamente no podía creerlo, y en los momentos en que la razón volvía seguía llamándola y recordándola, siguió caminando y los ojos se encharcaron con un dolor muy hondo, lloraba y dudaba, por primera ves dudaba y pensó en regresar, en su delirio tuvo la esperanza de volver al pueblo y entrar a su casa y ver a Angélica sentada a la mesa esperándolo con un taza de café, dispuesta a aclarar las cosas, y el la vería bella como siempre la vio, resumen, mezcla de genes, sangre y destino, fortuita combinación de maravillas destiladas, concentradas en aquella mujer. Ahí estaría esperándolo, solo a el, con la mirada melancólica que heredo de su abuela y su sonrisa a la mitad llenando la estancia, con su vestido blanco, blanquísimo de lino, expuestas las rodillas, si, ella estaría ahí extendiéndole las manos para acercarlo a su caliente vientre para que cerrara los ojos y se durmiera feliz como cada tarde con el sueño puesto en la utopía de volver al útero, a su primigenia morada.
Pensó entonces perdonarle todo, olvidarlo todo, sencillamente quedarse abrazado a su cuerpo por mucho rato hasta que el sueño comenzara a cubrirlo, y entonces la tomaría de la mano suave, amorosamente, la conduciría al cuarto lleno de retratos de gente que no conocía , se sentarían a la orilla de la cama y se verían larga y apaciblemente con los ojos muy pesados por el sueño, pero no se dormirían, antes tenían que amarse furicamente para sellar el olvido.
Entonces decidió volver pero era tarde, el paisaje había quedado ya sin referencia alguna, estaba lejos de cualquier parte, solo y casi muerto en medio del desierto, solo le quedaba escoger una dirección y caminar esperando que fuera la correcta, dudo, por segunda ves dudo, escogió un punto y siguió caminando hasta que sus pies se encontraron con una piedra y rodó ridícula y estrepitosamente sobre la arena hirviente, asiendo con su resto de fuerza lo que llevaba como un trofeo entre las manos.
Después del golpe se dio cuenta que regresar era inútil, que por mucho que caminara jamas encontraría lo mismo que dejo, penosamente logro ponerse en pie y siguió andando de todas formas, ahora esperando dirigirse a cualquier lugar menos al que había dejado y empezó de nuevo a pensar en Angélica, esta ves con la razón trabajando, cruda, real, sin fantasías, recordó lo que había pasado, y la vio de nuevo ahí frente a la mesa con una taza de café en las manos, pero esta vez la recordó desnuda, sentada sobre las piernas de otro hombre que no era el, dando besos que no eran suyos, recordó el cuerpo de su mujer siendo recorrido por las manos de aquel hombre que no conocía, la vio a ella mirando a ese hombre con un amor desconocido para el , con una ternura que le fue negada, con una lujuria que jamas descubrió, con unas ansias , placer y deseo que jamás sospecho, y sintió de nuevo asco, se sintió morir mil veces en un mismo segundo, sintió la traición, la locura, el enojo, la ira, la venganza, la impotencia y de nuevo comenzó a llorar.
Así se dejo caer, resvalando contra un árbol de yuca, en medio de aquel desierto, hasta que quedo sentado llevando aun entre los brazos la cabeza mutilada de Angélica. Despertó diez días, catorce horas y veintitrés minutos después preguntándose por que maldición divina seguía respirando. Tenia el cuerpo lleno de ampollas y llagas en los labios, observo sus brazos pero no vio nada. Como pudo se levanto y ocho metros al norte encontró la cabeza de Angélica arrastrada por miles de hormigas y ya con las orbitas vaciadas, “tus ojos ya jamás me mentirán” , susurro en medio de un conato de carcajada. Se las arrebato como pudo pues sus fuerzas se habían dilumitado en medio de aquel letargo mas parecido a la muerte que al descanso. De nuevo se refugio en la sombra de la yuca y por primera ves tuvo miedo ante la conciencia de que moriría de una ves por todas definitiva e inapelablemente, sin posibilidad de regreso, de arrepentimiento, ahí en medio de la nada.
Entonces alzo la vista al cielo que ya empezaba sacudir las nubes de tormenta, la primera en treinta años que caería en esa tierra, y empezó a reír frenéticamente, de una forma enfermiza, macabra, pues sabia que había cumplido su objetivo, Angélica no seria ya jamás de nadie sino suya , por eso la había matado. En el momento que callo la primera gota de lluvia tomo en sus brazos la cabeza de Angélica y le dio un amoroso y tierno beso antes de que la luz se fuera y no pudiera verla. A la mañana siguiente encontraron el cuerpo de aquel hombre que le robo los sueños a Miguel, estaba desnudo en el piso con el pecho atravesado por un machete todavía abrazando el cuerpo sin cabeza de Angélica. A Miguel nadie lo volvió a ver, pero cuentan en el pueblo que vive en un lugar lejano en el desierto, que vengo su suerte y bebe vino todas las noches en el cráneo de su esposa, mientras baila y ríe con la muerte que es su amante, y se alegra de ser ahora el infiel.
HOMERO