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5.6.06

SOBRE LAS VÍAS


Cuando tomo camino hacia las vías con su vista fija en el horizonte que se pierde en las paralelas, no tomó en cuenta estos minutos semejantes a durmientes que entre pasos en tras pies, se convierten en horas de andar y de andar.

De ves en ves una fuerte vibración le recorre las pantorrillas y se afianza oreja al acero para escuchar el tren que se acerca, toma su morral del suelo y retando a la muerte en bravuconería y desafío permanece con los brazos abiertos de espaldas al horizonte, en espera de al bestia de metal que se acerca, mas al verle avanzar sin temor y tan rauda y veloz, las piernas le tiemblan, un ligero humo, exala en pequeñas bocanadas, la tierra se remueve y se levanta a su paso, el silbato sonoro ruge entre la cañada, en estruendo poderoso, potencia de varios ciento de caballos en tropel , se aproxima y él se gira de espalda al convoy apretando sus músculos manteniendo la posición del crucificado.

Segundos mas tarde el tren ha pasado sin detenerse, en el mismo lugar donde él aguardaba, sus zapatos gastados han salido a ambos lados de la vía, el morralito lleno de tierra rueda por la ladera un par de metros donde, con grandes risotadas y a corazón batiente él se a tumbado en la hierba seca entre el polvo de la locomotora, burlándose de la muerte y de la vida, en un solo clamor, la risa de los locos, que cual extraña mezcla de dolor y desquicie, expelen los que han perdido la fuerza y la esperanza.

Recogiendo sus zapatos calzando sus plantas rasposas, una gota de sudor recorre su frente, un gruñido interno le recuerda el hambre de días, sin probar mas alimento que unas cuantas yerbas silvestres, que le han causado una fuerte intoxicación solo abatida por el hallazgo de un remanso de agua lleno de ajolotes y moho.

Nuevamente los segundos de caminar entre los durmientes, los minutos interminables, como cuentas de rosario, se desprenden, y se pierden a cada paso, pero todas parecen tan iguales; mantras de rezos y sollozos, ¿hasta cuando llegará la tan deseada invitada?.

Los huesos duelen en las noches frías, cuando por cobija se tienen las estrellas y por calor una mortecina fogata de basura y ramillas secas, el cuerpo sufre y el alma se reseca, solo la humedad de la mañana con su rocío matutino puede cambiar la visión de una noche de tormentos, una lengua rasposa y húmeda en los labios y los brazos enjutos, le despierta esa misma mañana, la nariz enorme de un perro flaco le acompaña, l acola de este desdichado mueve el aire alrededor de la fogata extinta, el tizne y las cenizas revolotean.

Como buen perro vagabundo denota todo el dolor del hambre y el abandono, sus contables costillas y sus ojos tristes, solo se ven reconfortados por el vaivén de su rabo delgado y medio pelado, él se incorpora, pesadamente y con mirada compasiva, pasa su mano sobre el lomo de aquel noble animal que mansamente le devuelve el gesto con un lengüetazo.

La huesuda mano recibe el calido cariño de aquella bestia, en cuyas fauces se conjuntan el hambre y la hermandad, en unión sin fronteras, perro y hombre finalmente se encuentran, solitarios y enclenques, el camino de las vías aguarda.

Nadie sabe cual fue el destino final de estos viajeros, algunos maquinistas aún hablan de una extraña figura que en momentos les pone en alerta tensionando los músculos de acero de las poderosas locomotoras, ante la presencia etérea de un hombre y su perro.

1 comentario:

Jj dijo...

Talvéz se subieron a mi tren:

http://aekana.blogspot.com/2006/06/algn-da.html