Hay días en que ya no esperas nada, en que da igual que el mundo corrija el rumbo, o que lo corrijas tu y lo único que esperas es que deje de joderte, que te ceda franco el paso. Y te quedas inmóvil, estacionado, lasito, perezoso y conforme con tu estado, con tu mundo y contigo, y a fuerza de mucha inmovilidad perpetúas el ínstate, el segundo, en un egoísta y personalísimo acto de indeferencia. Hay días, noches como esta, en que tu espíritu de lucha se ha dormido antes que tu cuerpo, y contemplas egoísta el paso de la nubes y el renacer lento y apacible del cielo, donde no te atreves, o no te dignas, desde el balcón de tu conciencia, de tu momentáneamente descubierta inocencia, a mirar el mundo que se mata allá abajo.
Y sin embargo lo ves, de soslayo, como no queriendo la cosa, por pura costumbre, y te dices: “mira tu, o mira yo, como demonios sea, hay que ver” tanta gente tratando de exprimirle el ultimo segundo a una vida que se escapa, aferrándose a un milagro a una utópica esperanza, con el hambre, el tiempo o la enfermedad como compañeras y otros tirando su existencia al caño, desdeñando la vida, robando aire, desperdiciando crianza, engorde y sustento, atentando contra ellos, contra el mundo, contra quien se tercie.
Y los ves, y hasta los escuchas, a lo lejos, como un murmullo que llega equivocado, errático y mustio hasta el balcón de tu egoísmo en esta noche en que has decidido que no prestarías atención a otro ruido que no fuese el interior y no te cuestionarías nada, y sus voces narran y recuentan como titulares noticiosos; Una soga al cuello por que soy muy maricon o maricona y no me gusta la vida que me toco y además muy apocado para hacer algo al respecto; una ampolleta que me haga volar y pensar que soy otro, cualquiera menos yo; salir a matar negros, judíos, indígenas por que se parecen poco a mi o viceversa o poner bombas en Madrid, en Londres, en cualquier parte, en defensa de un Dios temible y vengativo que nos hemos inventado para justificar nuestra malabestiez bajo el yugo de su mandato incuestionable, o como venganza contra aquellos que vinieron y volaron en pedazos a nuestros hijos, a nuestros hermanos, a todo cuanto quisimos, y así sigue el despliegue de titulares, con mil y un maneras, como recetario, de matarse o matar al de al lado.
Y tu los ves desfilando, la diferencia es que esta noche ni siquiera te importa, o por lo menos no lo suficiente como para cuestionar esos actos o para rebatirlos, ni siquiera para debatirlos, por que intuyes que cualquier cosa que digas no cambiara nada, solo sabes eso, eso y que un amigo acaba de matar a su perro, que después de muchos años juntos tuvo que detenerle la cabeza mientras le metían una inyección para librarlo de el dolor que sentía, ya con las patas y la entraña hechos polvo por la edad, y que siempre, hasta el final, el perro seguía viendo a mi amigo con esos ojos negros, fieles, nobles y tristes que siempre tuvo, moviendo el rabo y llevándose la cara, la mueca de tristeza y los 5 litros de lagrimas de mi amigo, que es un tipo duro, como ultima imagen.
Y entonces sabes algo mas, lo descubres o lo reafirmas, este mundo no perdería gran cosa si nos fuéramos todos al carajo, si nos diezmaran las guerras, la epidemias, cualquier cosa, al contrario, este planeta ganaría en armonía y equilibrio natural, pero cuando las palma un animal bueno y leal como el perro de mi amigo este mundo de mierda resulta un lugar menos generoso y habitable. No recuerdo quien dijo aquello de “entre mas conozco a los hombres mas quiero a mi perro” , pero cada día le encuentro mas sentido a esas palabras.
HOMERO que Virgilio y Beatriz te conduzcan.
Y sin embargo lo ves, de soslayo, como no queriendo la cosa, por pura costumbre, y te dices: “mira tu, o mira yo, como demonios sea, hay que ver” tanta gente tratando de exprimirle el ultimo segundo a una vida que se escapa, aferrándose a un milagro a una utópica esperanza, con el hambre, el tiempo o la enfermedad como compañeras y otros tirando su existencia al caño, desdeñando la vida, robando aire, desperdiciando crianza, engorde y sustento, atentando contra ellos, contra el mundo, contra quien se tercie.
Y los ves, y hasta los escuchas, a lo lejos, como un murmullo que llega equivocado, errático y mustio hasta el balcón de tu egoísmo en esta noche en que has decidido que no prestarías atención a otro ruido que no fuese el interior y no te cuestionarías nada, y sus voces narran y recuentan como titulares noticiosos; Una soga al cuello por que soy muy maricon o maricona y no me gusta la vida que me toco y además muy apocado para hacer algo al respecto; una ampolleta que me haga volar y pensar que soy otro, cualquiera menos yo; salir a matar negros, judíos, indígenas por que se parecen poco a mi o viceversa o poner bombas en Madrid, en Londres, en cualquier parte, en defensa de un Dios temible y vengativo que nos hemos inventado para justificar nuestra malabestiez bajo el yugo de su mandato incuestionable, o como venganza contra aquellos que vinieron y volaron en pedazos a nuestros hijos, a nuestros hermanos, a todo cuanto quisimos, y así sigue el despliegue de titulares, con mil y un maneras, como recetario, de matarse o matar al de al lado.
Y tu los ves desfilando, la diferencia es que esta noche ni siquiera te importa, o por lo menos no lo suficiente como para cuestionar esos actos o para rebatirlos, ni siquiera para debatirlos, por que intuyes que cualquier cosa que digas no cambiara nada, solo sabes eso, eso y que un amigo acaba de matar a su perro, que después de muchos años juntos tuvo que detenerle la cabeza mientras le metían una inyección para librarlo de el dolor que sentía, ya con las patas y la entraña hechos polvo por la edad, y que siempre, hasta el final, el perro seguía viendo a mi amigo con esos ojos negros, fieles, nobles y tristes que siempre tuvo, moviendo el rabo y llevándose la cara, la mueca de tristeza y los 5 litros de lagrimas de mi amigo, que es un tipo duro, como ultima imagen.
Y entonces sabes algo mas, lo descubres o lo reafirmas, este mundo no perdería gran cosa si nos fuéramos todos al carajo, si nos diezmaran las guerras, la epidemias, cualquier cosa, al contrario, este planeta ganaría en armonía y equilibrio natural, pero cuando las palma un animal bueno y leal como el perro de mi amigo este mundo de mierda resulta un lugar menos generoso y habitable. No recuerdo quien dijo aquello de “entre mas conozco a los hombres mas quiero a mi perro” , pero cada día le encuentro mas sentido a esas palabras.
HOMERO que Virgilio y Beatriz te conduzcan.
4 comentarios:
pus yo entre mas conozco a mi vieja tambien mas quiero a los perros, al tuyo, al mio, a cualquiera.
yo no tengo perro :'(
me latio el blog...
si, esos dias...
siempre hay de esos dias...
pero debe haber un limite..
mientras no sean semanas...
no?
buenas reflexiones, saludos
Publicar un comentario