Tal vez lo mejor hubiera sido ponerse el suéter negro que su abuela le regalo en su cumpleaños y salir corriendo sin buscar a nadie hacia la central de autobuses y comprar el boleto económico hacia Matamoros, pero no, que mala pata tuvo al escoger el suéter blanco y visitar a Manuel para despedirse.
Quizás si hubiera tomado cinco minutos mas de sueño y escogido el camión de las 5 y no el de las 4:30 hubiera tenido mas suerte o quizás su hubiera visto la película de terror que proyectaron la por la noche y se hubiera dormido tarde, pero no, tenia que dormirse temprano y ahora se lamentaba de haberlo echo.
Tantas ideas le cruzaban la mente, repasaba todo lo echo en el día y en la semana y en el mes y hasta el año para tratar de entender cual o tal infortunada acción lo llevo a cometer el fatal error en este momento.
Tal vez, se decía, la culpa de todo la tuvo Marta la muchacha de la tienda con lo senos enormes que le vendió el suéter blanco, o quizá el alcohol que tomo la madre de marta la noche que la sedujo aquel conductor de locomotora. Pero no, en todo caso la culpa la tuvo el imbécil, cualquiera que sea su nombre, que tuvo la ocurrencia de que el ferrocarril pasara por la ciudad.
Tonterías, puras tonterías, la culpa la tiene el indio pendejo que probo el picante y se dio cuenta de que no era venenoso, de no haber sido por ese pelmazo no hubiera comido ahora salsa y el suéter blanco no tendría esa horrible mancha.
HOMERO
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